Hace no más de un rato, miré durante tres horas por National Geographic Chanel, un informe sobre la catástrofe de Japón.
Empezó contando sobre los rescatistas de todo el mundo que acudían, algunos voluntariamente, otros enviados por el gobierno, a ayudar a los damnificados. Lo lamentable, fue saber que el 90% de los encontrados fueron personas sin vida.
Ver cómo los autos eran arrastrados por la corriente marina con familias dentro, desesperados por vivir, otros agarrados de los postes, sobre los techos de sus casas, me angustió mucho. Mirar cómo familias enteras sufrían la pérdida de sus seres queridos, me llegó realmente al corazón, quería llorar, sentía su dolor, su pérdida. Entendía porqué las personas no podían llorar; estaban shockeadas, catatónicas, no lograban comprender el porqué de la situación, y yo tampoco.
Lo más desesperante de todo fue estar del otro lado del mundo, de la televisión, observando sin poder hacer nada, esperando, palpitando segundo a segundo su sufrimiento; pensando y preguntándome a mí misma, ¿Y si me pasara a mi?
Realmente, al ver las noticias el 12 de Marzo de 2011 a las 09:30 de la mañana; desayunar una película plasmada en la realidad, con fenecidos de verdad; un tsunami natural, sin producción y programación artificial; cuerpos por doquier; barcos encallados a cuatro o cinco kilómetros del océano, miles y miles de personas bajo los escombros en pleno invierno, mojados hasta no poder, con nieve incesante el cuarto día después del suceso; transformaban los procesos de rescate en una carrera en contra el tiempo.
Pocos fueron los rescatados durante los primeros dos días con vida, y aún menos en los siguientes.
La planta nuclear de Fukushima, no ayudaba para nada en el panorama catastrófico que vivía Japón. Durante el terremoto de 8.9 en la escala de Richter; es esos primeros segundos, los reactores nucleares se apagaron automáticamente en función de precaución. Hasta entonces, todo iba bien, los daños eran menores; pero luego de pasados veinte minutos de finalizado en terremoto de 06:20 minutos de duración; el Tsunami con olas de siete metros y medio de altura azota las costas occidentales de Japón.
Al hacer frente la planta de Fukushima, a las cuatro fuertes oleadas, los reactores pierden estabilidad, y el reactor número uno estalla, dos días después de tratar de controlar la presión y la temperatura de los tres reactores restantes, el tercero explota.
Con la sorpresa de este último, se libera aún más radiación al medio ambiente, generando un peligro mortal para todos los habitantes de un kilómetro seiscientos alrededor de la planta.
Las personas debieron estar durante días y días bajo techo, sin poder salir para no correr riesgos; los extranjeros sobrevivientes decidieron partir hacia sus países natales, aunque los aviones se tardaran horas y horas. Los que no poseían los medios económicos para el viaje, se dejaron a la merced del destino, de la propia autodestrucción generada por el ser humano, en la búsqueda de la perfección de la tecnología.
Es hoy en día, me sorprendo al ver en mí misma esa reacción compasiva ante semejante desastre natural, generado por el mismo ser humano. No me creía capaz de sentir tristeza por la muerte de alguien ajeno a mí, a mi entorno. Es así, como descubro día a día, que ser egoísta con los demás es ser egoísta con uno mismo.
Por ello decidí crear este artículo, para que todos lo lean y tomen conciencia de la magnitud catastrófica que está creando el ser humano acabando con la naturaleza, yendo contra ella, talando árboles dando ventaja a las inundaciones; provocando incendios con el sobrecalentamiento global; usando productos químicos que día a día, segundo a segundo incrementan el agujero de ozono; y muchas cosas más, que me llevarían demasiado tiempo en escribir.
Por eso, propongo que cuidemos la Tierra, todavía estamos a tiempo, no esperemos a que nos pase a “nosotros” para poner en marcha un plan; juntos podemos, pero yo sola no...